DÍA DEL NIÑO: ¿QUÉ NOS HA PASADO?
En el día del niño es cotidiano ver tanto en redes sociales como en diversos medios, la multiplicidad de mensajes honrándolos, felicitándolos con imágenes y frases que en los buscadores de internet abundan para este momento, como cual máquina expendedora nos entregara nuestro saludo armado para la ocasión. Claro está que es positivo realzar la importancia de este día, o más bien, de nuestros niños, aunque se trataré de un saludo que se agota en lo cliché. “Preferible eso a nada” diría el conformista.
En este día festivo quiero ir un paso más allá y detenerme un minuto si quiera en reflexionar sobre lo mucho que tenemos que aprender (o mejor dicho re-aprender) de la infancia. Nos decimos sus padres, sus profesores, sus maestros pero al final del día son ellos quienes nos enseñan exponencialmente. Y es que hay algo que hemos dejado que la sociedad acelerada y materialista nos arrebate, o mejor dicho, nosotros hemos sido los responsables de su mutilación: la capacidad de asombro.
Según una parte importante de pensadores el “amor por el saber” nace de la sensación de descubrimiento que experimentamos frente a las cosas cuando las contemplamos plenamente. Es el asombro una fuente esencial en un camino enriquecedor. Platón en el famoso dialogo Timeo, ya nos dejaba en evidencia que ser “eternos niños”, es un camino de vida admirable, ya que como lo interpreta Harkianakis de esa forma se encontraba en el asombro “la condición más elevada de la existencia humana”
¿Qué nos ha pasado que hemos perdido esta capacidad? Los niños tienen una mente abierta, no contaminada por la suciedad de los prejuicios y el conformismo, en ellos todo es nuevo. Es precisamente la expresión autentica de “la pregunta” el vehículo en sus acciones, querer saber el porqué de su entorno y acontecimientos, una búsqueda llena de pureza y espontaneidad, como diría Streightiff “A los ojos de un niño, no hay siete maravillas en el mundo. Hay siete millones”
Pero de un momento a otro esto cambia, disfrazados con la armadura de la “madurez”, atrapados por las exigencias sociales y profesionales; todo nos comienza a parecer evidente, queremos que el tiempo pase rápido y nos obsesionamos con su optimización, buscamos calzar en prototipos como si fuéramos una masa que imperativamente debe adecuarse en un molde impuesto por otros, nos permitimos creer que somos un numero en la sociedad, comenzamos a normalizar situaciones para nuestra comodidad, estamos enclaustrados en el “yo egoísta”, la injusticia ahora nos parece justa, la pobreza nos parece necesaria, creemos que la violencia es “parte de”, queremos tener lo que más podamos; nos encontramos en un «estado zombie» capturados por pequeños artefactos olvidándonos de nuestro entorno y familia, queremos escapar a realidades virtuales o placeres del momento, evitamos encontrarnos y al final del día con nuestra almohada no es cada vez más difícil conciliar el sueño, caemos en la paradoja por un lado buscamos consumir productos para tener más energía y producir más y llegada la noche ansiamos una píldora que nos permita dormir cuanto antes…
Y ahí en lo más escondido de nuestro ser esta lo que habría sido alguna vez nuestro niño interno, desnutrido y despojado de la luz. El diagnóstico es grave ya que cuando se pierde la capacidad de ver la belleza, decía Kafka, “comienza el penoso envejecimiento, la decadencia, la infelicidad” y agregaba entonces que la Felicidad excluye a la vejez, “quien conserva la capacidad de ver la belleza no envejece”.
En este día tenemos que agradecer a nuestros niños por ser ejemplos vivo del asombro que tanto nos hace falta, eso que como dice Perlado “es poner de rodillas a la inteligencia ante la naturaleza”. Es esa actitud de humildad, de usar la ignorancia como vehículo del saber, una pieza clave de hacernos abrir los ojos ante nuestra propia deshumanización.
El asombro es compromiso con la realidad, ya que remueve todo nuestro ser, donde lo que parece obvio y oculto como señalaría Held, pasa a ser algo absolutamente insólito. Debemos aprender de nuestros niños, es imperioso recordar a pensar sin prejuicios, a ser flexibles, a equivocarnos, a ilusionarnos, a sorprendernos ante lo injusto.
¿Será necesario acaso caer en crisis para recién ahí asombrarnos? La injusticia la desigualdad, la impunidad, no tendrían espacio si nos mantuviéramos en el asombro. Seamos como niños, salgamos de nuestras propias sombras. Desde que comencemos a asombrarnos iniciaremos un cambio de pensamiento, transitaremos de otorgarle mera importancia a subsistir en lo habitual a preguntarnos y replantear lo que nos rodea. Una sociedad que no cuestiona sus instituciones y no emplaza a la estructuras, es una sociedad envejecida.